Apuntes para una Teología Natural
Una parte importante de la obra de Gabriel Antolinez se ha caracterizado -hasta hoy- por la creación de objetos inquietantes donde tejidos animales y formas orgánicas artificiales se ensamblan de una manera bella y siniestra.
Su muy controlada producción y las contadas apariciones en público de su obra, aparte de causar expectativa le han dado la posibilidad de no amarrarse a su propia producción -ni a su propio pasado- y le han permitido actuar con libertad y espacio, como evidentemente lo demuestra esta exposición.
Mientras los tejidos animales son reemplazados por las fibras sintéticas de fabricación industrial, las referencias al reino vegetal y animal se han hecho más ligeras y divertidas en una especie de corta colección de seres bio mórficos que (se) exploran con placer y que varían en alusiones. Por ejemplo: la serpiente y el cacao, propios de la naturaleza y simbología mesoamericana, aparecen junto a imágenes bidimensionales orientalistas.
Sin embargo, el motivo central de la exposición, que es en esencia un meditado ensayo visual, es lo que podríamos llamar la " gramática del ornamento ": los valores visuales, y por analogía musicales, que sin importar nuestros orígenes nos tocan a todos y aparecen en todas las culturas: el orden, la simetría, la secuencia, la permutación, la progresión, el ritmo, la repetición- En suma, los valores presentes en todas las tradiciones del arte, la arquitectura y el diseño y que están directamente tomados -y sintetizados- de las formas de la naturaleza: la geometría de las plantas, los ritmos del agua, los dibujos de las escamas de los animales etc.
Esta tensión, entre forma natural y abstracción, sirve también al artista para revisar de una manera sutil, las posibles relaciones entre la representación artística y la científica, en su presentación indexica de objetos e imágenes, y en el caso de Antolinez no exenta de un retomar de las ideas de la psicología de la forma de Ernest Gombrich.
Explorar la arqueología de la imagen y poner de presente la quizá indivisible relación que existe entre arte y ciencia, son parte de las invitaciones que hace esta exposición, como lo es el llamado a acercarse desprevenidamente a un ensayo visual pleno de alegorías ornamentales y por qué no barrocas.
Santiago Rueda